El Barça jugó bien, muy bien a ratos, y nunca pasó apuros ante el Olympique Lyonnais (OL), uno de los buenos del bombo. Dado que Touré parece intocable para Rijkaard, ayer le tocó banquillo a Iniesta, pero la mala distribución del OL habría hecho posible que cualquier centrocampista jugara con comodidad. Tocó demasiadas teclas Alain Perrin, desde la defensa hasta la mediapunta, para un 4-2-3-1 que no funcionó.
Con espacios en el medio, el Barça se encontró a gusto. Y cada vez que hizo daño en ataque fue Messi quien anduvo entreverado. Con Ronaldinho algo indolente (volvió a ser reemplazado) y Henry desaparecido, Messi fue la referencia constante cuando sonaba la trompeta de ofensiva. Del argentino nació el 1-0: eludió a Toulala, mandó un pase para Milito, que esperaba donde humean las cazuelas, y Clerc se cruzó para despistar a Vercoutre.
Antes y después el dominio había sido del Barça, porque no hubo noticias de Benzema, ni de Govou ni de Juninho, más allá de dos libres directos estériles del brasileño. La pareja central Márquez-Milito controló sin agobios, Abidal subió con alegría y las apariciones de Xavi -amo del timing del partido- y Deco cerca del área francesa fueron frecuentes.
Iniesta. Sesteaba el Barça en el arranque de la segunda mitad, cuando Rijkaard se acordó de Iniesta. Entró por Ronaldinho, ocupó la banda izquierda y reactivó la transición defensa-ataque. Se asoció con Xavi, con Deco, con Henry y, por fin, se metió en el área, dribló a Clerc y pasó a Messi para que el Pulga marcara a placer.
Sin Ronaldinho, Henry encontró más espacios, pero pareció obcecado con el gol. Vercoutre, el mejor del OL (lo salvó de una goleada escandalosa), le sacó un derechazo a la media vuelta que ya cantaba el Camp Nou. Pero al final lo encontró, cuando ya estaban en el campo los canteranos Giovani y Bojan. Fue de rebote, es verdad, pero ya le vale para quitarse la ansiedad. La que tendrá el Olympique para reencontrar su mejor aspecto, ayer tan ajado.
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